HISTORIA DE MÉXICO GUADALUPANO


El 14 de agosto de 2017, mientras en el cielo la corte celestial se preparaba para celebrar una vez más, la Asunción de la Augusta Madre de Dios, aquí en la tierra, los torpes secuaces de Satanás se confabulaban para develar una blasfema imagen, que se convertiría en una constante ofensa contra nuestra Madre, la reina de los mexicanos: Nuestra Señora de Guadalupe.

El 14 de agosto de 2017, mientras en el cielo la corte celestial se preparaba para celebrar una vez más, la Asunción de la Augusta Madre de Dios, aquí en la tierra, los torpes secuaces de Satanás se confabulaban para develar una blasfema imagen, que se convertiría en una constante ofensa contra nuestra Madre, la reina de los mexicanos: Nuestra Señora de Guadalupe.

Nuestra Madre recibió una afrenta que no tiene comparación en la historia de nuestra patria, pues desde que nos honró con sus apariciones y nos dejó su imagen bendita en el Tepeyac, convirtiéndose en el símbolo de unión para nuestro pueblo; en forjadora de una nación que carecía de identidad, enseñándonos la fe católica que finalmente nos libraría de aquellos dioses paganos sedientos de sangre humana. Desde entonces, nadie se había atrevido a colocar a nuestra reina por debajo del demonio y de falsos ídolos.

Mientras los ángeles en el cielo la coronaban como Reina, en la tierra, los sectarios de la masonería, la ultrajaban con un blasfemo monumento, erigiendo un demonio en medio de la ciudad con los ropajes benditos de nuestra Señora. 

Además de blasfemar contra nuestra madre, ¿qué es lo que realmente pretendieron?, ellos pensaron levantar en este monumento, un trofeo, un símbolo del triunfo de su impiedad.

Pensaron levantar un monumento indestructible; la soberbia del infierno los inspiró, y dirían, como en otro tiempo los constructores del poderoso navío "El Titanic": "A ESTE, NI DIOS LO HUNDE". Estos modernos soberbios han creído que esta efigie diabólica, ni Dios la puede destruir, pues la levantaron con los más sólidos aceros, esperando que este ídolo fuera una afrenta permanente contra nuestra Señora y contra nuestra fe. Dios se encargará de hundir y confundir sus perversos planes, como lo hizo con aquella nave.

Ellos creyeron que ya no hay generosos guerreros cristianos, pensaron que ya no existen verdaderos y fieles hijos de María; ahora pretenden cantar victoria. ¡Tontos ilusos, que pelean contra Dios y contra la Reina!

Dios y María Santísima se encargarán de humillar todos sus planes, y para ello, se valdrá de los hijos fieles que aún quedan, los más pequeños, los más débiles. Pero justo eso le basta a Dios para aplastar a la serpiente, como siempre lo ha hecho. Él y sólo Él puede hacer que este monumento DE ACERO sea destruido con el PAPEL del desprecio, señal del repudio de todo un pueblo que se levantará para defender a su Reina. Y la imagen que ellos esperaban que fuera una afrenta constante contra nuestra Madre, será más bien, un repudio constante a la impiedad de estos perversos. 

Aquello que usan y pusieron como señal de triunfo sobre la fe guadalupana, será la trompeta de lucha que despierte la fe, el bélico clarín que convoque a los valientes defensores de María. Lamentarán haber levantado la mano contra la Madre del Creador, ¡ojalá nunca lo hubieran hecho!

En esta lucha no cabe la neutralidad, ni la búsqueda de soluciones cómodas, pues se trata de María Santísima y de la Iglesia de Dios. Es preciso recordar ahora, lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo: "Si no estás conmigo, estás contra mí. Pues el que conmigo no recoge, desparrama", "Nadie puede servir a dos señores". 

La tarea para nosotros es ardua y exigirá mil sacrificios. Tomaremos el ejemplo de aquel gran obispo, hijo de Jalisco, Vicente María Camacho, quien en la sangrienta persecusión cristera, fue consagrado obispo por el glorioso don Francisco Orozco y Jiménez, y fue enviado a Tabasco, donde el cruel y bárbaro tirano, Tomás Garrido Canabal, había incendiado todos los templos católicos, aniquilando casi por completo la fe del pueblo. Allá, Monseñor Camacho, el cantor de la Virgen del Tepeyac, llegó a soplar con la fuerza del Espíritu Santo sobre las brasas que quedaban sepultadas entre cenizas, para salvar el fuego de la fe. 

Nuestro Señor no permitió que tocaran a su Madre, ni aún en las más terribles afrentas de su Pasión dolorosa, prefiriendo sufrir todo en su persona. Tampoco nosotros lo permitiremos, pues estamos dispuestos a morir antes que permitir que la sigan ofendiendo.

Tal como Cristo resucitó de entre los muertos, y con ello los planes judaicos de sepultar su doctrina se vieron burlados, así mismo, aquellos que piensan que la fe en nuestra Señora ya está sepultada bajo esas placas de acero. De allí resucitará la fe guadalupana para confundir a los poderosos y ser un nuevo testimonio de la verdad y la firmeza de la fe del pueblo católico y guadalupano. 


¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE!